Esto es una crónica de la experiencia de un espectador de la final en Zaragoza de la Liga Europea de baloncesto que ganó el Real Madrid en 1995, ante el equipo griego del Olympiakos. No es una crónica del partido, sino sólo el punto de vista de un espectador, uno de los miembros de La Verdad del Deporte, sobre el “ambiente” de aquel evento. Nada se cuenta de Obradovic o Sabonis, sólo de la afición.
En el autobús de línea hacia Zaragoza ya había algunos hinchas del Madrid. Cuando llegamos a la ciudad era bastante espectacular ver como todo el centro estaba tomado por los hinchas griegos, especialmente del Olympiakos. En un hotel habían colgado banderas roji-blancas desde las ventanas y parecía propiedad suya. Nos contaron que el día anterior se habían enfrentado en una plaza dos grupos de aficionados del Panathinaikos y el Olympiakos a base de sillas, mesas y botellas y había intervenido la policía. Los dos grandes rivales atenienses, con sus colores verde y roji-blanco respectivos, llenaban de cánticos y gritos toda la ciudad, ataviados con bufandas y camisetas.
Al llegar a la cancha para ver las semi-finales, toda ella estaba dividida en cuatro bloques de colores, debido a las banderas y camisetas de los aficionados. El más grande era blanco, el siguiente en tamaño roji-blanco, otro algo más pequeño verde y el menos numeroso, el del Limoges, amarillo. La reacción de los madridistas fue visceral: se pusieron a gritar “musho beti, musho beti” amistosamente en dirección a la gente del Panathinaikos y a llamar cabrones e hijos de puta colchoneros a la del Olympiakos. Los colores de los equipos griegos producían una identificación primitiva y los madridistas parecían odiar a los hinchas del Olympiakos, a los que identificaban con el eterno rival, el Atlético de Madrid, mientras el Panathinaikos era equivalente al Betis. Durante el partido Panathinaikos-Olympiakos no pararon de animar a los primeros e insultar a los segundos, que devolvían insultos en griego hacia nuestra zona que evidentemente no entendíamos. Después fue el partido Limoges-Real Madrid, durante el cual muchos madridistas gritaban insultos racistas hacia los jugadores negros del Limoges, “mono” y cosas así.
En las semi-finales el Madrid venció al Limoges y el Olympiakos al Panathinaikos. La gran final sería Real Madrid-Olympiakos, por tanto.
Mientras tomábamos una cerveza en una terraza antes del partido se nos acercó alguien y nos pasó una frase en griego “españolizada” que debíamos gritar durante el partido. Creo que era algo así como “hijos de puta, cabrones del Pireo”. El Olympiakos es el equipo del Pireo.
En la gran final estábamos bien acompañados. A un lado estaba lo más presentable, un grupo de minusválidos psíquicos con unos cuidadores. Uno de ellos nos logró explicar trabajosamente que Antonio Martín era idiota, porque le habían pedido un autógrafo a la salida del hotel y había pasado de ellos despreciándoles. Un poco más adelante nuestro teníamos especímenes menos presentables. Un chaval enorme, obeso y alto, con una boina con la bandera del aguilucho franquista, era todo un espectáculo. Tenía un megáfono y no paraba de correr de un lado a otro gritando, bajo la atenta mirada de unos anti-disturbios de aspecto muy peligroso y malencarado, que parecían estar hartándose de él. El jugador favorito de este personaje debía ser Joe Arlauckas, al que no paraba de animar: “¡Arlauckas, Arlauckas!”. Un grupo de jovencitos de aspecto pijo y formal se pasaron todo el partido levantando una bandera franquista a intervalos.
Por su parte, el lado griego era todo un espectáculo increíblemente ruidoso. Bombos, pateos, gritos ensordecedores, gestos amenazadores para los madridistas o para el árbitro. Entre una muchedumbre de jóvenes se podía ver a una anciana de al menos 70 años, vestida tradicionalmente, con un vestido negro rural y pañuelo. Estaba entusiasmada, riendo y gritando como la que más, rodeada de jóvenes vociferantes. El sector madridista gritó varias veces la frase con insultos en griego que nos habían dado, y los del Olympiakos aplaudían.
Las carreras de lado a lado del chaval enorme con boina franquista acabaron mal; se cayó encima de un espectador sentado, al que debió dejar hecho polvo. Los anti-disturbios malencarados se lo llevaron detenido, pese a su cara de desesperación: se iba a perder el final del partido.
Finalmente ganó el Real Madrid al “estilo Obradovic” (aburrido, ralentizando el juego y con pocos puntos) y fuimos a celebrarlo. Aparte de las cervezas nos tomamos 8 chupitos de tequila, uno por cada Copa de Europa de baloncesto que había ganado el Madrid, mientras dábamos gritos estúpidos. Unos hinchas del Olympiakos nos robaron una bufanda y casi nos pegan, aunque yo gritaba “peace, peace” en medio de la trifulca para calmar los ánimos. El encargado del bar, un tipo cuadrado, consiguió que se fueran. Puede que nos libráramos de una paliza, quién sabe.
Al final de la noche alguien llamó a la policía municipal y al SAMUR debido a nuestro mal estado etílico, tras vomitar todo lo vomitable por las esquinas y armar escándalo por todo el centro de Zaragoza. Pero no hizo falta utilizar la ambulancia, ninguno llegábamos al coma etílico...
A pesar de todo, los del pequeño hotel no nos dieron problemas, aunque el SAMUR y la policía aparecieron cuando ya estábamos armándola por allí, incluso subieron a la habitación a por el más borracho de nosotros. Y eso que de los 5 que fuimos nos metimos en dos habitaciones dobles. Uno estaba de gorra, durmiendo en el suelo.
Este fue el penúltimo partido de baloncesto al que acudí, y ya hace 16 años de eso. De adolescente fui mucho más al baloncesto que al fútbol, un juego que me parecía mucho más aburrido. Ahora me parecen igual de aburridos ambos y sigo teniendo aversión al tequila.