De vez en cuando hay casos de agresiones e incluso asesinatos entre aficionados de equipos rivales, pero el asesinato de un jugador en venganza por su actuación no es nada habitual. Hace tiempo el jugador de la selección colombiana
Andrés Escobar fue asesinado por marcar un autogol que acabó causando la eliminación de Colombia del mundial de fútbol, y ayer fue
asesinado a tiros el delantero de un equipo iraquí por un fanático del equipo contrario, tras marcar un gol. Probablemente Colombia e Irak, dos de los países más violentos del planeta, brutalmente maltratados desde hace décadas por mafiosos, corruptos, guerras civiles, déspotas, embargos o conquistas genocidas por el control de recursos naturales, necesiten menos aún que el resto del mundo el instinto tribal pueril asociado al fanatismo por unos colores futbolísticos.
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