Entre otras muchas
cosas, el siglo XX fue el siglo del deporte-espectáculo. Habría que
remontarse a las antiguas Grecia y Roma para encontrar una época en
que fuera comparable la importancia social de este tipo de
espectáculos de masas, con sus “héroes” asociados. ¿Lo será
también el siglo XXI? Aquí ya pronosticamos que no, y los hechos
parecen corroborarlo. Desde una disminución del número de
espectadores al descrédito de las instituciones deportivas, pasando
por protestas inéditas el siglo pasado (contra la celebración de
olimpiadas, por ejemplo), el deporte parece ir perdiendo peso como
ritual utilizado políticamente y tema de conversación casi obligado
(sobre todo entre la población masculina). Un factor decisivo es
internet, con la ampliación de perspectivas y recursos que ofrece.
La información sobre corruptelas y la desmitificación de los
protagonistas de este banal espectáculo es mucho más fácil, así
como la diversificación de la oferta de ocio. En la actualidad, gran
parte de la juventud prefiere los llamados e-sports como
espectadores, mientras en España el fútbol ha perdido varios
cientos de miles de espectadores en directo en el nuevo siglo, según
datos oficiales. Las fotos de estadios semi-vacíos durante los
Juegos Olímpicos de Río de Janeiro contrasta con los múltiples
suicidios que hace décadas provocó la derrota de Brasil en el
Mundial de fútbol, así como la moda del “running” que invade las calles
contrasta con la pérdida de espectadores del “deporte de élite”.
La pérdida de
importancia de la televisión es otro hecho clave. La televisión ha
sido el gran publicista del deporte profesional, a fondo perdido
(incluso pagando, cuando debería ser al revés); la omnipresencia
deportiva en el medio de masas hegemónico explica gran parte del
éxito a escala gigantesca del deporte. Actualmente, la televisión
está en declive gracias a internet, y marca mucho menos la agenda.
Evidentemente esto
no significa que los curiosos espectáculos del fútbol, ciclismo,
tenis, baloncesto o MMA tengan ningún viso de desaparecer, pero la
tendencia a restar importancia e influencia social a estos cansinos
espectáculos es indudable. Seguramente, fenómenos políticos como
los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 o los boicots mutuos entre
EE.UU.y la U.R.S.S. en los juegos de Moscú y Los Angeles ya no se
vayan a producir, debido a la pérdida de calado mediático-político
del deporte. Y el histerismo de masas debido al deporte, sin dejar de existir, está en claro retroceso.